MOSTRAR LA HILACHA


El origen de la famosa frase “mostrar la hilacha” tiene sus raíces allá por el medievo, época en la que se perseguía a todo aquel que no fuese católico apostólico romano. Por eso, los ateos y judíos eran acusados de herejes, juzgados y pasados por la guillotina, o quemados en la hoguera. Mucha gente murió por ser fiel a sus convicciones y a su fe, y cuando esto ocurría, morían orgullosos de sus creencias.

Los judíos que en esa época prefirieron seguir con vida debían esconder todos los  accesorios que denotaran su verdadera religión, y, para no terminar en la hoguera, debían vivir su fe a escondidas.
Los judíos utilizan para sus oraciones una vestimenta llamada  talit o manto de oración, que es un manto rectangular de color blanco con flecos. Es de color blanco y azul. El color blanco nos habla de los atributos morales de Dios (Su santidad, Su justicia, Su amor y fidelidad), mientras el color azul nos recuerda el cielo y sirve para recordarnos que somos nacidos del cielo y somos llamados a reflejar la naturaleza del Reino Celestial mientras vivimos aquí en la tierra. Se hace de lana, seda o algodón, sin mezclar las fibras como símbolo de que no se puede mezclar lo que es sagrado con lo que no lo es. 

Ocurría a veces que, al salir de los sótanos donde celebraban sus ritos religiosos, por mero descuido, a algunos les asomaba el talit por debajo de la ropa, y podía dejar ver los tzitzit que son los flecos, piolines o hilachas que cuelgan del talit, el  manto que se usa durante las plegarias.

De ahí nace la conocida expresión “mostrar la hilacha” que se refiere a mostrar lo que realmente uno es, generalmente por descuido, a partir de una pequeña muestra, generalmente involuntaria, o fruto de un exabrupto puntual. Se usa también cuando alguien delata, aunque no sea su propósito hacerlo, su nivel social, cultural, económico o su tendencia ideológica, quedando así en evidencia delante de los demás. Supone, por lo tanto, una situación en la que un sujeto había pasado disimuladamente por una circunstancia, hasta que una acción puntual, da a conocer su verdadera condición. 

La figura nos propone a un individuo vestido de cierta manera, adecuada para la ocasión, hasta que en cierto momento una hilacha de sus ropas  da a conocer la condición de su atuendo y, con él, una posición personal, social, ideológica o cultural diferente a la que aparentaba.